¿Tengo que perdonar a mi familia solo por el hecho de ser “mi familia”?

¿Tengo que perdonar a mi familia solo por el hecho de ser “mi familia”?

Por Ps. Catalina Tordecilla

Esta es una pregunta que usualmente nos encontramos en una sesión de psicoterapia, o también: ¿tengo que perdonar a mi madre solo por ser mi madre? o ¿tengo que perdonar a mi padre solo por ser mi padre? 

Pocas veces el motivo de consulta manifestado por un paciente tiene relación directa con las relaciones familiares, pero en muchas ocasiones ocurre que detrás de ese malestar actual hay vínculos familiares que generaron mucho daño e incluso lo siguen generando hasta hoy. Un daño que aún duele, que afecta nuestra forma de vincularnos y que suele ser muy difícil de hablar.  A partir de esto último, podríamos decir que uno de los principales motivos en la dificultad de hablarlo recae en la culpa que genera el “hablar mal”, “ser malagradecida”, “sé que no se habla así de ella/él”, como si hubiese alguien o algo que fuese a juzgarnos severamente con su martillo en el estrado. Pero hay un fuerte engaño en esto. 

Sin tener certezas respecto de dónde proviene esta sensación, de si estará relacionada con la religión cristiana o quizás con la cultura del miedo para impedir una rebelión contra algo, pareciese que quedamos ciegos frente a una arista que requiere que ampliemos al hablar de estas figuras. Me gustaría proponer (sin querer parecer obvia en esto) permitirnos entender que nuestros padres y madres también son humanos y que, en consecuencia, pudieron haber cometido un sin fin de errores en nuestras crianzas y creo que podría ser injusto mandarlos a la hoguera solo por eso. Sin embargo, el ser humanos no significa que todo error o daño generado quede justificado en ello. Los abusos psicológicos, físicos, la negligencia, el engaño, el abandono, la exposición (entre muchos otros) no debieron ser parte del trato. Trato que por cierto nadie firmó para ser hij@ de…, en tal contexto. Y esto es lo importante de validar frente a la pregunta planteada. Una cosa es el “ser humano y ello conlleva errar”, pero otra muy distinta es que eso sea justificación para el daño generado en las infancias de cada uno, por ello no considero que la solución siempre sea el perdón, sino la aceptación de que estos hechos si ocurrieron y es decisión de cada uno en el presente continuar con esas relaciones como le parezca más adecuado. Me encantaría poder dar un camino estándar para todos, pero eso sería caer en posibles generalizaciones cuando la experiencia o vivencia subjetiva de cada quien es particular en sí misma. 

Parte principal de un proceso de psicoterapia tiene relación con entender quiénes somos y para ello importa mucho (a desgracia de varios) entender de dónde venimos. Puede resultar un proceso tedioso, ansiógeno y sobre todo doloroso. Sensaciones de las cuales solemos escapar, pero que en terapia a veces será necesario sortear. Sin incomodidad no hay cambios. Sin embargo, la importancia de poder hacerlo en un espacio como este, significa revivirlo acompañado de profesionales capacitados para ayudar, sostener y guiar este doloroso proceso. Por ello también la importancia de poder hacerlo con buenos profesionales, ya sea que nos recomendaron, que conocemos o en quien confiamos. 

No apunto a dejar como tediosa la terapia, sino a la importancia de darle lugar a la incomodidad para poder hablar estos temas que nos pudiesen resultar complejos, a veces también invitando a salir del juicio moral de no hablar mal de nuestros padres o madres porque son personas que, a veces teniendo todo el amor del mundo, nos pudieron generar un daño significativo que nos afecta incluso siendo adultos con vidas más o menos formadas. 

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